miniature disasters
existe una categoría del conocimiento denominada "sabiduría del sobre de azúcar". es un pilar cultural tan importante como inadvertido, a mi parecer. en qué consiste: en todas aquellas lecciones de la vida que, no por muy consabidas, resultan menos sabias. mi ejemplo de hoy es: "la felicidad está compuesta por deliciosas intrascendencias". como podrá advertirse, esta categoría se compone por frases remanidas, quemadísimas, cháchara de abuelo. se pasean por la delgada línea que separa al lugar común (el digno lugar común) de la cita de bucay (actividad entretenida, la de citar a bucay, porque uno nunca sabe a quién está citando en realidad!). y son llamadas "sabiduría del sobre de azúcar" por varias razones: en primer lugar, debido a la sana costumbre de imprimirlas en el lado de atrás de los sobres de azúcar, para el deleite de todo parroquiano que se arrime al café de la esquina. también se llaman así porque son endulzadores de la vida (perdonen la analogía de cabotaje, pero queda tan bien hablando de este tema…) y, como con el azúcar, si se usa en demasía termina arruinando cualquier brebaje. ja, acabo de levantarle la barrera a las metáforas espantosas, quedan avisados.
estos aforismos (si eso es lo que son) han encontrado su sitio ideal en el reverso de los sobrecitos de azúcar. lo glorioso del asunto es que, en cuanto la charla se vuelve tediosa, basta con empezar a leerlos en voz alta para reavivar la conversación. yo cuando sé que voy a un lugar muy aburrido, me llevo una bolsita de sobres en la mochila y páfate! los saco en cuanto el ánimo de la concurrencia empieza a decaer. y si con eso no levanta, los tiramos todos para arriba y después los juntamos otra vez en la bolsa. para que el acto de infantilismo esté completo a veces me cargo en la mochila también una piñata. pero eso sí, hacen falta como tres personas con buenos pulmones para inflarla.
el ejemplo que di antes, "la felicidad está compuesta por deliciosas intrascendencias", no lo saqué de un sobrecito, más bien lo inventé ahora. pero estuvo motivado por lo que me lleva a escribir sobre todo esto: un rato con amigos en un bar. es decir: una intrascendencia. pero qué bien la pasé. tal es así que cuando en la puerta del establecimiento nos despedimos cada uno rumbo a su casa, lo primero en que pensé fue en ese lugar común: "qué poco se necesitó para estar bien. quién puede andar proyectando su vida de gran evento en gran evento cuando esto, un par de horas de soberano hueveo en un café, alcanza y sobra para manufacturar tanta alegría". los mejores recuerdos los hacen los pequeños detalles: una comida riquísima, un momento musical bien calzado en la rutina, un paseo en soledad, un día en el que el clima no se ensañó con nadie, pantuflas nuevas, recibir un masaje hecho sin pericia pero con cariño, sumergirse en la bañadera y preguntarse "por qué será que no me doy un baño de inmersión todos los días?", comprar un chocolate sabiendo que no va a quedar nada en apenas 20 segundos… eso y más, pero nunca todo junto. si le dedicamos este posteo a los lugares comunes, podríamos metaforizar la cuestión como aquello de los granitos de arena que hacen… jaja, no me peguen soy humano. en cualquier momento tiro la gran "es el árbol que no te deja ver el bosque, miguel" y estamos completos.
hablando de bosques, este café tuvo todo lo que tenía que tener: un rato largo buscando el bar que nos motivara a entrar, la moza que se hacía la que no veía, el análisis exhaustivo del menú (que dio sus frutos: descubrimos que escribieron "pastaflora", extirpándole así toda la gracia a la palabra "pastafrola", baluarte de nuestra lengua), su culminación con el pedido clásico: dos cafés, un jugo, unos tostados. tuvo las burlas sobre los comensales aledaños (particular saña para con la señora muy mayor con la campera de vinílico muy rojo), el anecdotario sexual, los juegos de palabras (el éxito de la velada: "ingrid grunge"), los mamarrachos en servilletas, las carcajadas que hacen que todos los demás se callen por un instante, incluso las conversaciones bobas que en el momento son tan graciosas pero que al rato ya parecen… lo que son, bobas.
ejemplo: facundo dice viniendo para acá nos cruzamos con victoria. camila dice qué victoria. esa, la que está re loca responde facundo. no tengo la menor idea de quién me hablás. la loca esa, victoria. yo digo: facu, ya le dijiste que se llama victoria y que está loca. camila no tiene ni idea de quién estás hablando, y vos para aclararle más le decís "victoria, la loca"? facundo se ríe. agrega: vicky, la chiflada. yo me rio. dedicamos otros 3 minutos a fabricar todo tipo de reforumulaciones y sinónimos: vic, la turulata. la que no le llega el agua al tanque. victu, la que le faltan un par de caramelos en el frasco. la que le falla. victoria! vicky, que está medio tocada. y así hasta que deja de tener gracia. para nosotros, porque camila se limitaba a mirarnos con cara de "qué chiquilines". y justo en el momento en que nos quedamos callados ella exclama: aaaahhh!!! victoria!! sí ya sé quién es! uff, esa sí que está pirada… y los tres nos caemos a carcajadas. como dije antes, reproducido luego pierde toda la gracia.
daba para seguir de vagancia en el bar. los tres que formábamos la tertulia vivimos solos. tenemos nuestra invalorable libertad de veinteañeros (por fin! una libertad que puedo apreciar en el momento en que acontece y no cuando ya no la tengo), solemos tener este tipo de encuentros semiplanificados que hacen a la actitud "bla" tan apática y pedante que nos arrejunta. llega un mensaje (juicio castigo y paredón para los que dicen "mensajito"): estoy almorzando fideos aburridísimos. entonces voy y paso por la casa, sin responder el mensaje. de ahí partimos al mundo civilizado, para que en el camino llegue otro mensaje: estoy en el centro, revolviendo chatarra en musimundo. vamos para allá. ya somos tres. un par de vueltas más. encontramos el bar. y el resto ya lo conté.
tiene cierto encanto estar haciendo a los veintipico lo que se supone que uno debería estar haciendo a los veintipico. lo que no se debe hacer es detenerse a pensar en el asunto, porque pareciera que estamos obedeciendo con cierta ceguera a un mandato sociocultural con el cual no necesariamente nos sentimos identificados. tiene mucho de estereotipo cinematográfico. pero hay que aprender a apreciar ese encanto del cuento conocido en lugar de estar gruñendo todo el tiempo. supongo que por estar desde hace tanto tiempo llevando la contra es que pueden disfrutarse las épocas en que se hace lo correcto… de propia voluntad!
sucede lo mismo con los sobrecitos de azúcar, y lo que escriben en el lado de atrás. me acordé de una: "no amar por miedo a sufrir es como suicidarse por miedo a morir". son tan sonsas las frases. y sin embargo son ciertas. algunas. no todas, claro. pero hay que apreciarlas por lo que son: filosofía barata. sobre la mesa y en el mismo pote: las verdades del azúcar y las mentiras del edulcorante. jajaja, qué romay resulta comparar la vida a un encuentro de café. pero bueno, el chiste de andar generalizando impunemente es que uno termina por reírse de uno mismo. y eso es más que sano.
estos aforismos (si eso es lo que son) han encontrado su sitio ideal en el reverso de los sobrecitos de azúcar. lo glorioso del asunto es que, en cuanto la charla se vuelve tediosa, basta con empezar a leerlos en voz alta para reavivar la conversación. yo cuando sé que voy a un lugar muy aburrido, me llevo una bolsita de sobres en la mochila y páfate! los saco en cuanto el ánimo de la concurrencia empieza a decaer. y si con eso no levanta, los tiramos todos para arriba y después los juntamos otra vez en la bolsa. para que el acto de infantilismo esté completo a veces me cargo en la mochila también una piñata. pero eso sí, hacen falta como tres personas con buenos pulmones para inflarla.
el ejemplo que di antes, "la felicidad está compuesta por deliciosas intrascendencias", no lo saqué de un sobrecito, más bien lo inventé ahora. pero estuvo motivado por lo que me lleva a escribir sobre todo esto: un rato con amigos en un bar. es decir: una intrascendencia. pero qué bien la pasé. tal es así que cuando en la puerta del establecimiento nos despedimos cada uno rumbo a su casa, lo primero en que pensé fue en ese lugar común: "qué poco se necesitó para estar bien. quién puede andar proyectando su vida de gran evento en gran evento cuando esto, un par de horas de soberano hueveo en un café, alcanza y sobra para manufacturar tanta alegría". los mejores recuerdos los hacen los pequeños detalles: una comida riquísima, un momento musical bien calzado en la rutina, un paseo en soledad, un día en el que el clima no se ensañó con nadie, pantuflas nuevas, recibir un masaje hecho sin pericia pero con cariño, sumergirse en la bañadera y preguntarse "por qué será que no me doy un baño de inmersión todos los días?", comprar un chocolate sabiendo que no va a quedar nada en apenas 20 segundos… eso y más, pero nunca todo junto. si le dedicamos este posteo a los lugares comunes, podríamos metaforizar la cuestión como aquello de los granitos de arena que hacen… jaja, no me peguen soy humano. en cualquier momento tiro la gran "es el árbol que no te deja ver el bosque, miguel" y estamos completos.
hablando de bosques, este café tuvo todo lo que tenía que tener: un rato largo buscando el bar que nos motivara a entrar, la moza que se hacía la que no veía, el análisis exhaustivo del menú (que dio sus frutos: descubrimos que escribieron "pastaflora", extirpándole así toda la gracia a la palabra "pastafrola", baluarte de nuestra lengua), su culminación con el pedido clásico: dos cafés, un jugo, unos tostados. tuvo las burlas sobre los comensales aledaños (particular saña para con la señora muy mayor con la campera de vinílico muy rojo), el anecdotario sexual, los juegos de palabras (el éxito de la velada: "ingrid grunge"), los mamarrachos en servilletas, las carcajadas que hacen que todos los demás se callen por un instante, incluso las conversaciones bobas que en el momento son tan graciosas pero que al rato ya parecen… lo que son, bobas.
ejemplo: facundo dice viniendo para acá nos cruzamos con victoria. camila dice qué victoria. esa, la que está re loca responde facundo. no tengo la menor idea de quién me hablás. la loca esa, victoria. yo digo: facu, ya le dijiste que se llama victoria y que está loca. camila no tiene ni idea de quién estás hablando, y vos para aclararle más le decís "victoria, la loca"? facundo se ríe. agrega: vicky, la chiflada. yo me rio. dedicamos otros 3 minutos a fabricar todo tipo de reforumulaciones y sinónimos: vic, la turulata. la que no le llega el agua al tanque. victu, la que le faltan un par de caramelos en el frasco. la que le falla. victoria! vicky, que está medio tocada. y así hasta que deja de tener gracia. para nosotros, porque camila se limitaba a mirarnos con cara de "qué chiquilines". y justo en el momento en que nos quedamos callados ella exclama: aaaahhh!!! victoria!! sí ya sé quién es! uff, esa sí que está pirada… y los tres nos caemos a carcajadas. como dije antes, reproducido luego pierde toda la gracia.
daba para seguir de vagancia en el bar. los tres que formábamos la tertulia vivimos solos. tenemos nuestra invalorable libertad de veinteañeros (por fin! una libertad que puedo apreciar en el momento en que acontece y no cuando ya no la tengo), solemos tener este tipo de encuentros semiplanificados que hacen a la actitud "bla" tan apática y pedante que nos arrejunta. llega un mensaje (juicio castigo y paredón para los que dicen "mensajito"): estoy almorzando fideos aburridísimos. entonces voy y paso por la casa, sin responder el mensaje. de ahí partimos al mundo civilizado, para que en el camino llegue otro mensaje: estoy en el centro, revolviendo chatarra en musimundo. vamos para allá. ya somos tres. un par de vueltas más. encontramos el bar. y el resto ya lo conté.
tiene cierto encanto estar haciendo a los veintipico lo que se supone que uno debería estar haciendo a los veintipico. lo que no se debe hacer es detenerse a pensar en el asunto, porque pareciera que estamos obedeciendo con cierta ceguera a un mandato sociocultural con el cual no necesariamente nos sentimos identificados. tiene mucho de estereotipo cinematográfico. pero hay que aprender a apreciar ese encanto del cuento conocido en lugar de estar gruñendo todo el tiempo. supongo que por estar desde hace tanto tiempo llevando la contra es que pueden disfrutarse las épocas en que se hace lo correcto… de propia voluntad!
sucede lo mismo con los sobrecitos de azúcar, y lo que escriben en el lado de atrás. me acordé de una: "no amar por miedo a sufrir es como suicidarse por miedo a morir". son tan sonsas las frases. y sin embargo son ciertas. algunas. no todas, claro. pero hay que apreciarlas por lo que son: filosofía barata. sobre la mesa y en el mismo pote: las verdades del azúcar y las mentiras del edulcorante. jajaja, qué romay resulta comparar la vida a un encuentro de café. pero bueno, el chiste de andar generalizando impunemente es que uno termina por reírse de uno mismo. y eso es más que sano.
hhomero ttuvo uun bbuen ddía mmás::
"la buena vida - mi año natural"
"la buena vida - mi año natural"
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