24.11.06

dog years

hay una escena que se repite invariable e irreparablemente todos los veranos. vamos a tratar de ponernos en situación: temperatura de 28 o 30 grados, clima bien seco y patagónico. el cielo despejado, son las 7 de la tarde pero (como es el sur) todavía hay sol como si fueran las 4. estamos en el jardín de mi casa familiar, llena como siempre de amigos que vienen de visita, con los cuales la pasamos tan bien que sería muy cruel llamarlos "huéspedes". a esta hora surge una fuerza incontenible que nos transporta al jardín, a sentarnos en esas sillas blancas de plástico que acompañan todos y cada uno de los asados de todas y cada una de las familias argentinas que hayan transitado por un supermercado (un easy, por poner un ejemplo... compre en easy, vaya a easy, porque en easy está la calidad, gracias una vez más a la gente de easy por engalanar este posteo, hhomero se viste en easy) alrededor de noviembre o diciembre, y haya dicho "mirá che qué baratas que están las sillas de plástico". está claro de qué sillas hablo, esas que tarde o temprano se despatarran como un flan bajo el peso del ocasional gordo. nunca sabremos muy bien por qué este blooper clásico ocurre siempre a los 10 minutos de sentarse pero mucho antes de empezar a comer, cosa que siempre haya un salame que haga el chiste de "y mirá que todavía ni empezaste a morfar gordo eh! menos mal eh! jjjaaaa". sin comentarios.
recapitulando, en estas mismas sillas nos instalamos en el jardín. la casa está en la ladera de un cerro, no muy alto pero lo suficiente como para que las casas más cercanas al lago se vean chiquitas. el jardín es un tanto selvático, en parte por la inclinación natural que tiene la ladera, en parte también por la afortunada desprolijidad que caracteriza a mi casa. así que entre pastos y árboles y demás yuyos nos apoltronamos cinco o seis personajes. normalmente la ronda está lubricada por una cerveza fría, que hace las veces de excusa para estar en el jardín (siempre queda mejor "qué opinan si vamos afuera a tomar una cervecita?" que el llano y algo infantil "vamos al jardín!").
así que en eso estamos, todos en patas o en ojotas, clausurando el día en medio del pasto, cuando casi desapercibido arranca. siempre empieza muy de a poco. en algún lugar imposible de precisar. a lo lejos... ladra un perro. y después ladra otro. y otro. y otro. los del vecino de enfrente nunca logran disimular su incontinencia y arrancan a los ladridos en seguida. ya está, los nuestros se prenden al coro como si no les quedara otra. apenas pasaron unos segundos, el barrio entero es una sinfonía de cánidos desaforados. como esos fenómenos sociológicos, en los que la masa se comporta de manera homogénea sin poder localizar el origen del comportamiento en un individuo en particular. esta costumbre perruna suele tener comienzo a esa hora de la tarde, para luego prolongarse de forma esporádica hasta bien entrada la noche. cualquier excusa es buena para el can: pasa un auto, pasa alguien caminando, pasa alguien en bicicleta, pasa otro perro, suena una sirena, suenan gritos, suenan risas... básicamente cualquier evento lo motiva a ladrar. pero no a ladrar como guardián ejemplar, al objeto en sí. no señor, quien haya observado con detenimiento verá que el perro ladra hacia los costados. como quien diría, "a los cuatro vientos". incluso con los ojos mira al motivo del ladrido, pero medio de coté, mientras dirige sus alaridos (o aladridos?) al resto del barrio. así son los perros: lo suficientemente inteligentes como para hacerse los distráidos pero no lo suficiente como para convencernos.
esta improvisada pieza coral intitulada "qué escándalo che" está compuesta por varios movimientos, cuya característica aunante es la imposibilidad de distinguir uno de otro. siempre pero siempre empieza un perro que no es el propio. lo cual es una paradoja como la del árbol que cae en el bosque. mejor ni profundizar, no? prosigo: el primer movimiento nos presenta un crescendo, las voces se suman en sinfonía (o cacofonía? o cánidofonía?!) ordenadas por cuestiones espaciales: primero los de más allá, después los de más acá, como un oleaje invisible que los va despertando a medida que pasa. como cuando en las películas se corta la luz en toda la ciudad (alguien a visto que suceda así? estoy chiflado o deberían apagarse todas las luces al mismo tiempo?!). el segundo movimiento se inicia cuando el solista arranca con los aullidos (qué gracioso, esta descripción aplica para coros de humanos también). aquí el perro en cuestión decidirá: se trata de un solo al estilo "Aaaauuuu", con un staccatísimo al comienzo? o tal vez el "uuuUUUUU" que va creciendo, glissando, prácticamente desde el silencio? queda a disposición del intérprete. prosiguiendo, llega un clímax, un delicado valle (llamémosle larghetto) en que la sinfonía parece haber acabado. hay calma nuevamente. algunos brotes esporádicos como para no perder el tempo. pero se trata sólamente de un pequeño ojo de huracán (o platense, para no ser favoritistas). desde el fondo resurgen los coristas más lejanos, para dar inicio a la segunda oleada. esta es una verdadera batahola, un presto vivace arremolinado y elocuente que nos va preparando para el grand finale: la aparición, invitados de lujísimo lujo, de los habitantes del barrio (los "dueños"). "bastaaaa!!" es uno de los "do de pecho" que más se utilizan para el cierre. hay portazos, chancletazos, diarios enrollados, "carancho"s, "será posible"s e incluso algún anacrónico "cucha!". qué maravillosa explosión, qué digno final para este clásico comunal.
quienes oficiamos de audiencia, en nuestras sillas blancas de plástico, apenas podemos contener las ganas de ponernos de pie y aplaudir. no lo hacemos. apenas tres "clap" son motivación suficiente para una nueva sinfonía de ladridos. deberíamos llamarle "bis", pero sabemos que más adelante vendrán más, así que para qué engañarnos. en lugar de eso seguimos tomando cerveza fría, mirando al otro lado del lago, a las montañas que parecen una escenografía pintada. el polvo flota en el aire auotirzándonos a exclamar "qué lindo se puso este verano eh". la retama está que rebalsa de flores amarillas. los cerezos están que rebalsan de... cerezas, claro. y de chicos trepados juntándolas. quienes reflexionamos sobre todo esto en la calma del jardín nos preguntamos: podremos grandulones boludones como nosotros hacer lo mismo?
claro que sí.


hhomero iinaugura eel vverano ccon::
"lilly allen - smile"

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

La canicula porteña no es gran cosa. Se trata mas bien de aguantar la respiracion y tratar de no moverse, mientras uno se desplaza -si es tan afortunado- de un espacio refrigerado a otro. Los dias pasan en una especie de sopor (calor, color?), y de letargia mas acorde con la siesta cordobesa que con el after porteño. Sin embargo, tiene sus pequeños encantos: la brisita fresca que se levanta como un suspiro tipo siete de la mañana, cuando uno tiene que salir, prolijo y todavia SECO a ganarse el pan, las lucecitas de navidad en las vidrieras, y esos papaes noeles a pila que sacuden una campana o algo equivalente, los jacarandas en flor de Av Roca, la sandia y el melon, los nubarrones negros de las tormentas de verano, la sensacion inminente de que el año se esta terminando. Todo muy lindo, salvo
la apologia del calor. Mi papa, mis compañeros de trabajo, Laura Santillan y Confessore en la tele: hasta cuando este calor en la ciudad? quosque tandem? eh??!! Haciendo la mejor gala de lo peor de los argentinos, nos quejamos sin parar del calor. Y los medios repiten, como una letania, la sensacion termica del momento, que da mas calor que el clima en si. Lo verdaderamente increible es que cuando finalemente nuestras plegarias son escuchadas, aparece la lluvia, queue para la segunda parte de la apologia: "ojala este lindo el fin de semana...". Tomo una bocanada de ventilador, y salgo a patear florcitas violetas, mientras tarareo alguna cancion de Scissor Sisters.

5:05 p. m.  

Publicar un comentario

<< Home