before destruction
estaba mirando el suelo, con la conciencia perdida entre los pocos tréboles que brotaban por acá y por allá en la tierra árida y clara, cuando escuché a lo lejos el murmullo grave de sus pisadas. la llegada inminente de mis hermanos.
habían pasado siete lunas desde que partieron con una tarea tan sencilla como atrevida, la demostración de cuánto puede decirse con tan poco: corran, les había pedido papá. corran tan lejos como puedan y conozcan, exploren, iluminen el territorio todo. piérdanlo de vista para volver a encontrarlo bajo el manto estrellado de una sabiduría nueva.
levanté la mirada y los distinguí a lo lejos. erguí el pecho, queriendo que su primera impresión al reencontrarnos fuera la de un hermano menor fuerte, seguro y algo maduro. se detuvieron frente a mí y su saludo fue apenas un gesto, sus cabelleras deteniéndose luego de tanto viajar, como si les costara suspenderse envueltas aún en aquella tierra que flotara bajo sus pies. sostuve su mirada y me devolvieron una sonrisa afectuosa y cómplice, se entregaron a mi juego del menor que se muestra anfitrión de aquel reino compartido. de nuestra cuna misma.
no hubo tiempo para mucho más. mis hermanos regresaban antes de tiempo no para ofrendarnos sus relatos de territorios indómitos, sino para desplegarse como el escuadrón letal que eran, que somos ahora todos; regresaban para socorrer a la manada de un ataque tan ancestral como inesperado. un combate que manaba de las raíces aquellas que crecen por dentro nuestro, por las ramas de las generaciones que se internan en nuestros espíritus y que son la verdad incuestionable. será entonces porque siempre lo supimos, que este día llegaría y que el enfrentamiento sería violento, que ahí estábamos mis hermanos y yo. el cielo plomizo sobre nuestras cabezas. la luz aquella que parecía no pertenecer a ningún momento del día y a la eternidad al mismo tiempo. mis hermanos y yo, suspendidos. reunidos. en el murmullo de nuestras miradas.
aquella fracción de segundo cortó la realidad como un relámpago: ellos miraron de pronto por sobre mi hombro, todos nos movimos al unísono y el resto fue instinto. salieron de la nada y se abalanzaron sobre nosotros.
el combate fue de una ferocidad nunca vista. cada fibra de mi cuerpo parecía tener filo. nuestra sangre fue la primera en tocar el suelo, manchando los tréboles y confundiéndose con los gotones de lluvia que empezaban a multiplicarse por todas partes. manchas. salpicaduras. oscuridades secas que crecían hasta ser charcos e inundaban la mente con la furia más despiadada que yo hubiera conocido en mi corta vida. peleé. una garra se estampó contra mi cara y me desbalanceó por completo, todo pareció confundirse. supe que un hermano me empujó del lugar y doblegó a mi atacante mientras yo intentaba reencontrarme con el orden correcto entre el suelo y las nubes grises. vi el horizonte. vi un momento en el que quise ser yo quien corriera, quien se alejara a toda velocidad por la llanura como mis hermanos lo habían hecho. quise huir.
pero los rugidos me trajeron de nuevo al combate y mi alma, que es única e inseparable del clan, no dudó: no será hoy el día en que los leones caigamos derrotados, me susurró.
mis ojos abandonaron los tréboles del suelo húmedo, mi cuello se alzó, mis garras se asomaron y mi pecho se irguió una vez más. no para impresionar esta vez, sino para rugir.
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pj harvey - let england shake
habían pasado siete lunas desde que partieron con una tarea tan sencilla como atrevida, la demostración de cuánto puede decirse con tan poco: corran, les había pedido papá. corran tan lejos como puedan y conozcan, exploren, iluminen el territorio todo. piérdanlo de vista para volver a encontrarlo bajo el manto estrellado de una sabiduría nueva.
levanté la mirada y los distinguí a lo lejos. erguí el pecho, queriendo que su primera impresión al reencontrarnos fuera la de un hermano menor fuerte, seguro y algo maduro. se detuvieron frente a mí y su saludo fue apenas un gesto, sus cabelleras deteniéndose luego de tanto viajar, como si les costara suspenderse envueltas aún en aquella tierra que flotara bajo sus pies. sostuve su mirada y me devolvieron una sonrisa afectuosa y cómplice, se entregaron a mi juego del menor que se muestra anfitrión de aquel reino compartido. de nuestra cuna misma.
no hubo tiempo para mucho más. mis hermanos regresaban antes de tiempo no para ofrendarnos sus relatos de territorios indómitos, sino para desplegarse como el escuadrón letal que eran, que somos ahora todos; regresaban para socorrer a la manada de un ataque tan ancestral como inesperado. un combate que manaba de las raíces aquellas que crecen por dentro nuestro, por las ramas de las generaciones que se internan en nuestros espíritus y que son la verdad incuestionable. será entonces porque siempre lo supimos, que este día llegaría y que el enfrentamiento sería violento, que ahí estábamos mis hermanos y yo. el cielo plomizo sobre nuestras cabezas. la luz aquella que parecía no pertenecer a ningún momento del día y a la eternidad al mismo tiempo. mis hermanos y yo, suspendidos. reunidos. en el murmullo de nuestras miradas.
aquella fracción de segundo cortó la realidad como un relámpago: ellos miraron de pronto por sobre mi hombro, todos nos movimos al unísono y el resto fue instinto. salieron de la nada y se abalanzaron sobre nosotros.
el combate fue de una ferocidad nunca vista. cada fibra de mi cuerpo parecía tener filo. nuestra sangre fue la primera en tocar el suelo, manchando los tréboles y confundiéndose con los gotones de lluvia que empezaban a multiplicarse por todas partes. manchas. salpicaduras. oscuridades secas que crecían hasta ser charcos e inundaban la mente con la furia más despiadada que yo hubiera conocido en mi corta vida. peleé. una garra se estampó contra mi cara y me desbalanceó por completo, todo pareció confundirse. supe que un hermano me empujó del lugar y doblegó a mi atacante mientras yo intentaba reencontrarme con el orden correcto entre el suelo y las nubes grises. vi el horizonte. vi un momento en el que quise ser yo quien corriera, quien se alejara a toda velocidad por la llanura como mis hermanos lo habían hecho. quise huir.
pero los rugidos me trajeron de nuevo al combate y mi alma, que es única e inseparable del clan, no dudó: no será hoy el día en que los leones caigamos derrotados, me susurró.
mis ojos abandonaron los tréboles del suelo húmedo, mi cuello se alzó, mis garras se asomaron y mi pecho se irguió una vez más. no para impresionar esta vez, sino para rugir.
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